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P7: Plaza de la Independencia

Séptima parada

Plaza de la Independencia

Existe la creencia generalizada de que Girona fue la primera ciudad de España en disponer de alumbrado eléctrico. Aunque habría que matizar esta afirmación, lo cierto es que la ciudad de Girona fue pionera en el uso de la luz eléctrica para el alumbrado público.
(R. Alberch, P. Freixes, E. Massanas, J. Miró, L. Xifra. L’enllumenat elèctric a Girona. 1833-1930. Ed. Ajuntament de Girona).

En el año 1886 se inauguró oficialmente el alumbrado eléctrico. Las lámparas de gas fueron desapareciendo, empezando por los lugares más céntricos, como esta plaza.

Las lámparas incandescentes aún se utilizan, pero comparten trabajo con otros tipos de fuentes luminosas, como fluorescentes, neones, halógenos, además del sol. Todos emiten luz, que es una forma de energía. En la primera parada hemos explicado que los átomos están formados por un núcleo y unos electrones que orbitan a su alrededor. Si un electrón cambia de órbita debido a un incremento de energía, cuando vuelve, emite energía que puede ser en forma de luz o de otros tipos de radiaciones que no son visibles. Si la luz es emitida por objetos calientes, llama incandescencia. Si el calor no interviene, entonces se llama luminiscencia.
Hay muchos procesos luminiscentes, pero los más conocidos son la bioluminiscencia (luz emitida por algunos insectos, como las luciérnagas), la quimioluminiscencia (luz que proviene de una reacción química, como los bastones de luz), la fluorescencia y la fosforescencia.

Los procesos incandescentes nos son aún más familiares: el sol, el rayo, el fuego. O las bombillas. De hecho, cuando la bombilla hace luz, se dice que quema, una palabra con doble sentido: desprende luz y calor. Un físico inglés llamado Joule descubrió que si se hace circular corriente eléctrica por un conductor, éste se calienta.

Si se calienta mucho, puede llegar a hacer luz. Esto ocurre en las bombillas. Tienen un hilo muy largo y delgado de un metal llamado tungsteno –a veces aleado con osmio. El tungsteno tiene una propiedad que lo hace especialmente interesante en este caso, y es que se puede calentar mucho sin llegar a fundirse. En una bombilla, el hilo está a unos 2,500 grados, pero el tungsteno no funde hasta casi 3700 grados. El problema de las bombillas es que una gran parte de la energía eléctrica, entre el 80% y el 90% no se utiliza para hacer luz. La energía se pierde en forma de luz infrarroja, que se traduce en calor.

Luciérnaga, por Pep Anton Vieta
Aunque el tungsteno no funde cuando la bombilla quema, sí que se podría combinar con el oxígeno que contiene el aire y quemarse. Para evitarlo, alrededor del filamento hay una envoltura de vidrio que encierra un gas llamado argón. Este gas no se combina con el tungsteno y evita que el aire entre en la bombilla y acabe quemando. Sin embargo, las bombillas se acaban fundiendo porque el hilo de tungsteno, que es muy delgado, tiene un pequeño desgaste debido a la temperatura, ya que sublima (pasa de sólido a gas) y finalmente se acaba rompiendo.

Con la intención de aumentar el tiempo de vida del tungsteno se inventaron las lámparas halógenas. El principio es el mismo, sólo que en la bombilla, además de argón, hay otro gas: un halógeno. Cuando el tungsteno se sublima y reacciona con el halógeno se forma una sal, que cuando se deposita sobre el filamento vuelve a dar tungsteno. Así, se origina una especie de ciclo que permite una mayor duración de la lámpara. Ahora bien, el problema de la pérdida de energía, aún está presente.

Foto Oimax (Flickr)

Los fluorescentes han representado una gran mejora en este sentido. A igual potencia, un fluorescente consume un 80% menos que una bombilla. Como no se calientan, su rendimiento es mucho mejor. Y duran diez veces más. Su funcionamiento no es sencillo, pero a grandes rasgos se basan en dos elementos: mercurio y fósforo. El mercurio se encuentra a baja presión dentro del tubo, de forma que cuando se hace pasar corriente eléctrica, los átomos chocan entre sí y emiten luz ultravioleta. El problema es que esta luz, como la infrarroja, tampoco se ve. Aquí interviene el fósforo. El interior del tubo está recubierto de un compuesto que contiene este elemento que emite luz visible cuando incide luz ultravioleta.

Aunque un tipo más de fuente de luz se puede ver en este lugar: el neón. A diferencia de los ejemplos anteriores, emiten luz de determinados colores, lo que los hacen útiles en rótulos luminosos. Su funcionamiento se basa en que se hace pasar una corriente eléctrica a través de un gas a baja presión. Como el mercurio antes, pero en este caso, la radiación no es ultravioleta, sino visible, y más concretamente en la zona del rojo. Los otros colores de los neones consiguen con gases diferentes, pero su funcionamiento es idéntico.

Finalmente, lo que es ya la fuente de luz del futuro son los Diodos Emisores de Luz (LEDs, en inglés). Estas fuentes de luz cada vez se utilizan más en pequeños electrodomésticos, en determinados semáforos, relojes o, por ejemplo, los efectos de la torre Agbar de Barcelona consiguen con miles de LEDs de colores. La nueva iluminación exterior del Camp Nou del Barça también está proyectada con estas lámparas. Los mandos a distancia funcionan con LEDs que emiten luz infrarroja. El funcionamiento de los LEDs es un poco más complicado que lo que hemos visto hasta ahora, aunque como en todos los casos precedentes, se basan en el movimiento de electrones. De forma sencilla, se ponen en contacto dos materiales llamados semiconductores, un rico en electrones y otro pobre en electrones. A esta unión se le llama diodo. Los diodos son la base de los transistores y, por lo tanto son piezas clave en la electrónica y también en los ordenadores. Cuando un diodo de este tipo se conecta a una fuente de corriente, los electrones se mueven dentro del material y generan luz. Los primeros LEDs emitían luz roja e infrarroja, pero actualmente se han conseguido muchos más colores cambiando el tipo de material emisor.

¿Lo sabías?

Se cuentan muchas historias de fantasmas a los cementerios, y es cierto que muchas personas han visto luces. Este fenómeno tiene una explicación química. Cuando se entierra una persona comienza un proceso de descomposición que afecta primero los tejidos blandos y que sigue con los huesos. Los huesos están formados mayoritariamente por carbonato de calcio -recordemos la segunda parada de este itinerario – pero también contienen fósforo. Cuando descomponen, se desprende este elemento en forma gaseosa que puede salir por las rendijas de los ataúdes, ya que no son herméticos. Cuando llega a la superficie estos gases emiten una luz débil, causada por la fosforescencia del elemento. El terrible perro de los Baskerville debía parte de su aspecto fantasmagórico y diabólico al mismo efecto.

El terrible gos dels Baskerville, d’una obra de Sir Arthur Conan Doyle, devia part del seu aspecte fantasmagòric i diabòlic al mateix efecte.